Los canelones eran la prueba de fuego. Para mí, plato de
fiesta, de celebración. De cumpleaños. De recompensa. Mi plato favorito de toda
la vida.
Mis favoritos eran los más cutres: rellenos de atún con
tomate. Luego probé otros, en otras casas. De carne picada. Los canelones de
San Esteban en Barcelona, con mil cosas dentro. Estaban buenos, pero mis
favoritos seguían siendo los más cutres. Me traían, y mi memoria gustativa me
sigue trayendo, recuerdos de algún verano en Asturias; de algún cumple cuando
era muy pequeño. Recuerdo también los primeros canelones veganos que probé
(¿año 98?) en un localito de Valencia.
Así que tenía que hacer los míos, mi vegan shit.
El concepto era sencillo: un relleno de verduras con tomate
frito. Lo hice hace ya varias semanas y no recuerdo exactamente, pero la idea
es clara: verduras picadas a la sartén, un puñadito de soja texturizada fina,
el tomate frito y ya está el relleno.
El relleno, antes del tomate
Luego se rellenan (una cucharadita por canelón) y se
enrollan las placas, que habremos cocido antes, claro.
Listos para liar.
Se colocan y se cubre con bechamel (margarina+ harina+ leche
de arroz) y un invento para gratinar, que se parece al parmesano (almendra
picada + levadura de cerveza).
Al horno que van.
Al horno, se gratina (no me quedó muy resultón, pero bueno)
y ya está.
Y del horno que salen
Quedaron buenos, y pasaron la prueba de fuego (puedo seguir
perfectísimamente sin comer atún de lata…¡bien!), pero no pa tirar cobetes. Claramente claro hay que seguir probando.
Algunos días después tuve ocasión de probar otros canelones
que sí eran para descorchar cava, tirar voladores como anunciando romería y
echarse unos bailables. Iban rellenos de un mejunje con manzana y seitán, y
eran bastante bastante espectaculares. Cuando aprenda a hacerlos lo cuento por
aquí.
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