sábado, 11 de octubre de 2014

setas (primer aniversario)


Hace poco más de un año comí mis últimas lentejas con chorizo donde mi hermana, y desde entonces no como bichos. Estoy muy contento con esta decisión –que debería haber tomado mucho antes –y querría haber celebrado en condiciones el primer aniversario; creo que es algo a celebrar. Pero entre pitos y flautas me empezó a fallar personal, sobre todo las veganas de mi vida, que son parte muy importante en esta decisión, así que no hubo fiesta de comilona.

Pero de algún modo había que celebrar. Resulta que, como curiosidad anecdótica, dejé de comer animales cinco días después del World Vegetarian Day, y yo no lo sabía. En cualquier caso, el 6 de octubre es mi día de celebración. Y es poco probable encontrar algo tan rico con lo que celebrar que las setas que están ricas. Las mejores: Boletus aereus y Amanitas caesareas.


Si tienes la suerte de hacerte con un buen puñado de estas setas puedes hacer muchas cosas, todas ricas.









Crudas en láminas, con una gotita de aceite y sal. Un carpaccio de setas, vamos. La explosión de sabor en la boca es alucinante, sobre todo de los boletos. Las amanitas están así ricas, y si las maceras en aceite y limón unas horas antes también están estupendas.


Una ensaladita de boletos, rúcula, canónigos y nueces también es cosa simple y disfrutona.



Un platito de boletos y amanitas a la plancha…nada hay más sencillo, y no hace falta más elaboración para gozarla a lo grande.

Si nos queremos complicar un poco más la vida, y de paso aprovechar los trocitos más feos de las setas, podemos hacer croquetas (vegan shit, of course).

Necesitaremos:

*cebolleta
*setas, un puñadito
*margarina
*leche de soja, de la que no lleva azúcar ni na.
*harina de garbanzo
*pan rallao.

Y procedemos:



Sofreimos en la mantequilla primero la cebolleta picá, hasta que ablande, y luego los boletos (en este caso, pero vale la seta que sea) picados finitos.

Cuando estén pa comer, añade harina y envuelve bien en la grasa, que se haga bola. ¿Cuánta harina? La que coja la grasa, que no sobre, pero que no sea una papilla. Que quede una especie de bola seca.
Ahora añades la leche de soja calentita. ¿Cuánta? Ve poco a poco y el mismo cazo te lo irá diciendo. Queremos una textura bastante dura, así que no te pases. Mientras añades no pares de revolver con la varilla o la cuchara de palo, para quitar grumos y que no se queme. A fuego medio o flojo.


Cuando veas la textura buena, déjalo cocer uno o dos minutos, haciendo pompa. Esto le quita el posible sabor a harinaza que pudiera tener la bechamel. Y ya está la masa.



Déjala reposar y enfriar, que se endurezca un poco más. Cuando esté fría ya puedes hacer las croquetas. Como siempre: anti-huevo (harina de garbanzo + agua) y pan rallao. Si la masa te ha quedado demasiado blanda y no hay quien la maneje, haz capa doble: pan rallao + garbanzo + pan rallao. Y a la sartén, que se fría bien por todos los lados. Y ya está.



Se caga la perra.

domingo, 7 de septiembre de 2014

cowspiracy



Ahora que, tras más de un mes sin hacerlo, he conseguido colgar una recetilla, me permito el lujo de soltar otra minichapa; más bien una recomendación audiovisual.



Estoy hablando de ‘Cowspiracy’ (juego de palabras intraducible, así que así se queda), un documental que me he visto este finde. La verdad es que a veces más parece que hay una conspiración de la vida para ponerte delante de las narices ciertas realidades, para corregirte o reafirmarte en determinados asuntos; así me parece en este caso. Cuando yo estaba pensando, como quedó reflejado en una entrada anterior,  en la relación entre la destrucción de la tierra y el consumo de carne en el mundo capitalista (porque lamentablemente no hay otro), y lo estaba haciendo de un modo muy concreto (la deforestación, la contaminación de las aguas, el llamado calentamiento global, etc.), de algún modo aparece este documental y aparecen en mí las ganas de verlo.

Habla de todos esos gravísimos problemas ambientales y, sobre todo, de una conspiración de silencio de todas las grandes organizaciones “conservacionistas” en torno a la causa principal del calentamiento, la deforestación, la destrucción de los océanos, la extinción de especies: el consumo de animales por parte de los humanos. Las comillas en “conservacionistas” vienen de que hoy, más que ayer, me parece que prefieren conservar su estatus, su negocio y su modo de vida opulento antes que conservar la tierra y sus habitantes. Y el que venga detrás, que arree.

Nada más. Está muy bien, y aunque no he conseguido encontrar subtítulos (supongo que pronto estarán por ahí) se entiende bastante bien.


El torrent de la peli:

fricandó


Dispuesto como estoy a incumplir mi palabra e incluir una o ninguna receta típicamente manchega, vamos hoy con esta recetilla popular catalana.

Esto lo aprendí yo hace un montón, con carne, aunque siempre tengo que mirar la receta. El original lleva filetillos de ternera, que sustituimos tranquilamente por filetillos de seitán; los amigotes que han dado cuenta del fricandó no se han quejado, y yo tampoco. El caso es que por hache o por be, o porque BCN es muy grande y allí vive mucha gente, siempre he tenido alguna relación más o menos cercana con aquellas tierras, y de to se aprende, afortunadamente.

Puedo deciros que es un guisote que, acompañado de patatas fritas está cohetero, e incluso en verano sienta bien. Es plato de los de mojar pan, así que tampoco falte.  Y vamos al tema.

Necesitamos:


Un cacho de seitán en filetillos o escalopines.

Harina de garbanzo, y si no la hay tampoco pasa nada.

Harina de trigo pa rebozar.

Una cebolla hermosa.

Dos o tres tomates maduros.

Un puñadito (de los que en manchego batua se llaman pellá) de setas secas, a poder ser senderuelas/senderillas/moixernons, aunque seguramente con otras quedan bien también. Hay que ponerlas en remojo un rato antes.

Hierbas aromáticas: tomillo, laurel, romero, orégano o lo que te dé la gana.

Vino rancio, añejo, algo picao o jerez…lo que tengas.

Caldo de verduras.

Para la picada: un puñadito de avellanas (o almendras, o lo que quieras) y un par de dientes de ajo.


Y nos ponemos:

Pasamos los filetillos de seitán por harina de garbanzo+ agua (esto es huevo sin gallina. Alucina) y harina normal, y los vamos friendo, que se tuesten un poquito por los dos lados, y los reservamos.



Colamos ese aceite (porque la harina se quema y da mal sabor) y lo pasamos a una cazuela, donde vamos sofriendo: primero la cebolla y después los tomates cortados en dados. 

Cuando los tomates han  perdido bastante líquido echamos un buen chorreón de vino y después el caldo, en abundancia y que no falte. En un ratito le echas las setas rehidratadas; hay quien tira el agua, pero a mí me parece un desperdicio porque ahí es donde está buena parte del gusto. Añadimos los filetillos fritos…ya falta poco.


Como el seitán no es el músculo en tensión de un animal ante su propia muerte violenta, no necesita ni de cachondeo los tiempos de cocción del fricandó original. Simplemente necesita empaparse bien de caldo y coger el sabor. Cuando lo veas bien, a modo guisote (si ves que se queda muy seco añade más caldo o agua, como siempre a ojo), corrige de sal y añade la picada.

La picada, me parece, es la piedra de toque de la cocina catalana. Se puede hacer de mil maneras y hasta se puede mancheguizar (añadiendo pimiento seco o cornacho retostao en la sartén). Échale lo que quieras (el fruto seco que se te ocurra, pan tostao o frito, ajos crudos o fritos, pimentón…inventa algo, copón; hasta hay quien le echa un par de galletas). Yo en esta ocasión le he puesto avellanas y ajos crudos. Ah, se me olvidaba: la picada no hay que picarla, hay que majarla en el mortero.



Con la picada un par de minutos espesando y dándole el punto al conjunto, ya está listo el fricandó.
Aunque la foto final sea una mierda y parezca poco apetitoso, os puedo asegurar que estaba de flipar. Lástima que no se puedan fotografiar los olores.

domingo, 20 de julio de 2014

rossejat





Como he comentado en alguna ocasión (lo he dicho mil veces y lo diré siempre, porque es así) cocinar para uno mismo es necesario, pero es muy triste. De vez en vez uno puede sentirse inspirado, contento consigo mismo, con ganas de regalarse algo rico; pero sigue siendo triste. ¿Cocinar algo tan estupendo y no compartirlo con nadie? En fin, a veces la vida se pone tonta.

Hay cosas que directamente no cocino para mí. Seré tonto quizá, pero es verdad que no lo hago. Son comida para dos y mejor para media docena. La paella y el rossejat (que otros llaman fideuá) son dos de esas cosas. Vamos hoy con el rossejat veganizado: de rancho de pescadores de bajura lo transformamos en pitanza huertana. De cocina marinera del litoral catalán a platazo universal terrestre, sin crueldad y sin malicia, dejando a los peces en paz y metiéndote en lo tuyo.

Los pescadores catalanes lo solían hacer con pescaditos de roca de los que no quiere nadie y no tiene valor comercial, o muy poco: lo que se llama ‘morralla’. Según la zona lo hacían (dudo de que lo sigan haciendo, pero lo ignoro) con fideos gordos o con cabello de ángel (estos me gustan el triple) o con esa pasta de tubo cortada cortita que se llama pistones, y entonces se llama ‘pistonat’. El pistonat es, estando bueno, bastante cohetero. Se acompaña siempre con alioli y así es como está especial, digno de siesta y polvo vespertino.

Tras esta chapa introductoria para poner en antecedentes a los mesetarios asiduos, vamos al lío. Lo voy a contar de memoria, pero la esencia es la que es.

Nos hace falta:

Fideos de los finitos. Del cero o cabello de ángel.

Caldo de verduras, el más rico que sepas hacer. En el caldo está lo rico.

Verduras: no hacen falta mil cosas. Con cuatro cosas que te gusten es suficiente, y admite cuantas variaciones se te ocurran. Picadas sin pasarse, que haya bocao pero que no te atragantes.
Ajo.

Azafrán.

Aceite y sal, lógicamente.

Para el alioli (me resisto a escribir all-i-oli, cosas que tiene una. Casi prefiero llamarlo ajoaceite, que es lo mismo e igualmente tradicional en el levante castellanoparlante, hasta Albacete): ajo, aceite y sal; pero para esto hay que tener la paciencia necesaria para hacer el ajoaceite de verdad. Si no la tienes: ajo, aceite, leche de soja, y sal.

Ahora nos ponemos:

Echamos aceite en una paella a fuego medio; que no rabie y se quemen las cosas, pero que no se cuezan en aceite. Vamos echando las verduras; como siempre, las más duras primero. Hay quien echa el ajo antes y quien lo echa después. Si tienes cuidado y no se te quema, échalo antes. 

Cuando las verduras estén hechas, más o menos blandicas, sube el fuego y echa los fideos. Remenea, que no se peguen, y hasta que se doren (que se rossegin, de ahí el nombre del platillo) sin llegar a quemarse; dorados, no negros. Entonces añade el caldo caliente, en el que habrás disuelto unas hebras de azafrán majado en el mortero. ¿Cuánto caldo? Ni idea; como siempre, a ojo. 

El rossejat está listo cuando los fideos están blandos y apuntando al techo, en una curiosa erección gastronómica. Si ves que se acaba el caldo y siguen duros, pues echa más caldo; lógico. Poco a poco, que no es una sopa. La cosa tiene que quedar seca y melosa, ni nadando en líquido ni desértico.

Te lo comes con ajoaceite al gusto. Vais a flipar, palabra.

lunes, 14 de julio de 2014

linces, atún y purines



No abrí este blog para soltar chapas. No soy desde luego quien para hacerlo. Pero finalmente lo que me llevó a dejar de comer animales son razones éticas, filosóficas y políticas, en absoluto gastronómicas, así que tampoco está de más si se me ocurre entretenerme un poco en alguna de estas razones.

Recientemente acudí al acto de clausura de un proyecto por la conservación de unas cuantas especies muy amenazadas (lince ibérico, un par de especies de águilas y buitre negro). Tras las consabidas e insulsas charlas de políticos y técnicos, se celebró un picoteo con vino y tapas para los asistentes. Uno de los pinchos que se ofrecieron fueron tacos de atún con salsa de soja y sésamo. Le hice notar a alguno de los ecologistas que por allí había la incongruencia de gastarse un pastizal en pretender proteger y conservar alguna especie emblemática de nuestros montes y celebrarlo contribuyendo a extinguir una especie emblemática de los mares. Estas observaciones impertinentes contribuyen, al menos, a hacer menos sabroso el trozo de atún, moderno lujo snob de oriente y occidente; sólo con haber conseguido que la delicatesen, que desde cualquier punto de la meseta ibérica contribuye a arrasar los océanos, haya sabido peor a alguno de los ecologistas institucionales y que piensen por un momento la incoherencia que supone, la impertinencia merece la pena. 

Si en algún lugar del orbe los defensores de los océanos celebraran sus proyectos en pro del mar y sus habitantes comiendo águila frita o lince rebozado el tema seguramente daría para algún titular; sin embargo a todo el mundo le parecía normal lo inverso. Viene esto a cuento porque el camino que me ha llevado a una alimentación sin cadáveres –y, desde ahí ¿Quién sabe a dónde? –no arranca en el antiespecismo. No creo ser antiespecista, ni animalista ni nada de eso. Lo que sí soy casi desde que tengo conciencia es ecologista, antes de abrazar la negra bandera de la acracia, antes de conocer la existencia del materialismo histórico. Y no se puede ser ecologista alimentándose de animales; ese ecologismo es mentira.

Me hacen gracia y me dan pena las argumentaciones fanáticas de algunos animalistas que encerrados en el marco de su ideología autosuficiente ponen por encima de la realidad material el discurso teórico que hay tras ella. Al idealismo (la conciencia determina la realidad) le es indiferente la verdad material; lo que le importa es la ideología, el velo de justificaciones y razones, bajo la que se oculta aquella. Por ejemplo, leo en el libro “Veganismo, de la teoría a la acción” agrias críticas a la organización ecologista Sea Shepherd porque no son antiespecistas y porque sus barcos son veganos “porque somos conservacionistas. Sencillamente no hay suficientes peces en el mar para seguir alimentando la creciente población humana”. Esta línea resume la crítica: “En otras palabras, el grupo evita el consumo de peces porque lo considera pernicioso para los océanos, pero ignora a los peces como individuos”. Resumiendo: lo que hagas me da igual, lo que me interesa son los motivos. El hecho de que se evite el consumo de “individuos peces” no es en sí interesante, sino, parece ser, el motivo por el que se evite. Dicho de otro modo: sólo es válido dejar de comer animales si lo haces por las razones que te voy a decir yo.

Y esto es estúpido. Pero ningún idealista se puede dar cuenta de ello. No es la conciencia la que determina la realidad sino la realidad la que determina la conciencia. Una realidad material de agotamiento de recursos, insuficientes recursos alimenticios para la población humana mientras que se dedican ingentes cantidades al cebo de ganado, contaminación de acuíferos, destrucción de los océanos, podría llevar a muchos a tomar la decisión de no comer más animales, aunque no los considerara sus iguales; y de ahí, quizá, a considerar la existencia individual de cada animal valiosa. Pero no, parece ser que eso no es interesante.

Yo creo que sería más inteligente, en vez de querer imponer tu credo animalista a quien todavía no puede mirar en esa dirección, hacer ver a los ecologistas la inutilidad de todo su movimiento mientras se empeñen en no atender los gravísimos problemas que el consumo de animales provoca en los ecosistemas y especies que supuestamente defienden. Ni el calentamiento global, ni la deforestación a nivel planetario, ni los transgénicos, ni la destrucción de los mares, ni la contaminación de las aguas, etc. pueden ser comprendidos ni combatidos si no se comprende el papel que juega el consumo de animales, y si no se combate. Se debe evitar, también, la salida por la tangente lógica de los ecologistas: se debe hacer notar que proveerse al 100% de alimentos (carne, huevos, leche, verduras, etc.) “ecológicos” es prácticamente imposible, mientras que dejar de comer animales es muy sencillo.

Volviendo a aquel pincheo ecologista, por supuesto se sirvieron pinchos a base de cerdo muerto. Al margen de las consideraciones éticas de cada cual, hacer notar a los consumidores de jamón y lomo adobado que su vicio tiene consecuencias para todos, que todo el mundo paga quiera o no quiera, es necesario. La producción masiva de carne de cerdo a bajo precio no sólo tiene consecuencias en la miserable vida y terrible muerte de millones de cerdos, simples unidades de producción cuya existencia no importa, sino para las personas que viven más o menos cerca de los campos de concentración donde se hacina a los cerdos. El reciente cierre de las plantas de tratamiento de purines de toda España ha puesto en evidencia un hecho: minimizar la contaminación que la producción industrial de cerdos provoca solo era posible vía subvención, que pagamos todos; eliminada la subvención, la sanguinaria industria de la carne de cerdo traslada el problema a toda la sociedad: la única salida a millones de toneladas de mierda y meadas de cerdo es acabar en los acuíferos subterráneos, y de ahí en el grifo de cada casa. El vicio lujoso del jamón, el gesto cotidiano del magro con tomate, el cutre bocata de mortadela acaba en forma de nitratos, bacterias y antibióticos en cada trago de agua que bebemos. Si se obligara a cada consumidor de cerdo muerto a pagar su deuda ecológica se acababa el problema: quien quiera jamón, que beba purines; pero que no nos obligue a los demás a beberlos para seguir manteniendo su vicio.