Como he comentado en alguna ocasión (lo he dicho mil veces y
lo diré siempre, porque es así) cocinar para uno mismo es necesario, pero es
muy triste. De vez en vez uno puede sentirse inspirado, contento consigo mismo,
con ganas de regalarse algo rico; pero sigue siendo triste. ¿Cocinar algo tan
estupendo y no compartirlo con nadie? En fin, a veces la vida se pone tonta.
Hay cosas que directamente no cocino para mí. Seré tonto
quizá, pero es verdad que no lo hago. Son comida para dos y mejor para media docena.
La paella y el rossejat (que otros llaman fideuá) son dos de esas cosas. Vamos
hoy con el rossejat veganizado: de rancho de pescadores de bajura lo
transformamos en pitanza huertana. De cocina marinera del litoral catalán a
platazo universal terrestre, sin crueldad y sin malicia, dejando a los peces en
paz y metiéndote en lo tuyo.
Los pescadores catalanes lo solían hacer con pescaditos de
roca de los que no quiere nadie y no tiene valor comercial, o muy poco: lo que
se llama ‘morralla’. Según la zona lo hacían (dudo de que lo sigan haciendo,
pero lo ignoro) con fideos gordos o con cabello de ángel (estos me gustan el
triple) o con esa pasta de tubo cortada cortita que se llama pistones, y
entonces se llama ‘pistonat’. El pistonat es, estando bueno, bastante cohetero.
Se acompaña siempre con alioli y así es como está especial, digno de siesta y
polvo vespertino.
Tras esta chapa introductoria para poner en antecedentes a
los mesetarios asiduos, vamos al lío. Lo voy a contar de memoria, pero la
esencia es la que es.
Nos hace falta:
Fideos de los finitos.
Del cero o cabello de ángel.
Caldo de verduras,
el más rico que sepas hacer. En el caldo está lo rico.
Verduras: no
hacen falta mil cosas. Con cuatro cosas que te gusten es suficiente, y admite
cuantas variaciones se te ocurran. Picadas sin pasarse, que haya bocao pero que
no te atragantes.
Ajo.
Azafrán.
Aceite y sal,
lógicamente.
Para el alioli
(me resisto a escribir all-i-oli, cosas que tiene una. Casi prefiero llamarlo
ajoaceite, que es lo mismo e igualmente tradicional en el levante
castellanoparlante, hasta Albacete): ajo, aceite y sal; pero para esto hay que
tener la paciencia necesaria para hacer el ajoaceite de verdad. Si no la
tienes: ajo, aceite, leche de soja, y
sal.
Ahora nos ponemos:
Echamos aceite en una paella a fuego medio; que no rabie y
se quemen las cosas, pero que no se cuezan en aceite. Vamos echando las verduras; como
siempre, las más duras primero. Hay quien echa el ajo antes y quien lo echa
después. Si tienes cuidado y no se te quema, échalo antes.
Cuando las verduras estén hechas, más o menos blandicas,
sube el fuego y echa los fideos. Remenea, que no se peguen, y hasta que se
doren (que se rossegin, de ahí el nombre del platillo) sin llegar a quemarse;
dorados, no negros. Entonces añade el caldo caliente, en el que habrás disuelto
unas hebras de azafrán majado en el mortero. ¿Cuánto caldo? Ni idea; como
siempre, a ojo.
El rossejat está listo cuando los fideos están blandos y
apuntando al techo, en una curiosa erección gastronómica. Si ves que se acaba
el caldo y siguen duros, pues echa más caldo; lógico. Poco a poco, que no es
una sopa. La cosa tiene que quedar seca y melosa, ni nadando en líquido ni
desértico.
Te lo comes con ajoaceite al gusto. Vais a flipar, palabra.