lunes, 14 de julio de 2014

linces, atún y purines



No abrí este blog para soltar chapas. No soy desde luego quien para hacerlo. Pero finalmente lo que me llevó a dejar de comer animales son razones éticas, filosóficas y políticas, en absoluto gastronómicas, así que tampoco está de más si se me ocurre entretenerme un poco en alguna de estas razones.

Recientemente acudí al acto de clausura de un proyecto por la conservación de unas cuantas especies muy amenazadas (lince ibérico, un par de especies de águilas y buitre negro). Tras las consabidas e insulsas charlas de políticos y técnicos, se celebró un picoteo con vino y tapas para los asistentes. Uno de los pinchos que se ofrecieron fueron tacos de atún con salsa de soja y sésamo. Le hice notar a alguno de los ecologistas que por allí había la incongruencia de gastarse un pastizal en pretender proteger y conservar alguna especie emblemática de nuestros montes y celebrarlo contribuyendo a extinguir una especie emblemática de los mares. Estas observaciones impertinentes contribuyen, al menos, a hacer menos sabroso el trozo de atún, moderno lujo snob de oriente y occidente; sólo con haber conseguido que la delicatesen, que desde cualquier punto de la meseta ibérica contribuye a arrasar los océanos, haya sabido peor a alguno de los ecologistas institucionales y que piensen por un momento la incoherencia que supone, la impertinencia merece la pena. 

Si en algún lugar del orbe los defensores de los océanos celebraran sus proyectos en pro del mar y sus habitantes comiendo águila frita o lince rebozado el tema seguramente daría para algún titular; sin embargo a todo el mundo le parecía normal lo inverso. Viene esto a cuento porque el camino que me ha llevado a una alimentación sin cadáveres –y, desde ahí ¿Quién sabe a dónde? –no arranca en el antiespecismo. No creo ser antiespecista, ni animalista ni nada de eso. Lo que sí soy casi desde que tengo conciencia es ecologista, antes de abrazar la negra bandera de la acracia, antes de conocer la existencia del materialismo histórico. Y no se puede ser ecologista alimentándose de animales; ese ecologismo es mentira.

Me hacen gracia y me dan pena las argumentaciones fanáticas de algunos animalistas que encerrados en el marco de su ideología autosuficiente ponen por encima de la realidad material el discurso teórico que hay tras ella. Al idealismo (la conciencia determina la realidad) le es indiferente la verdad material; lo que le importa es la ideología, el velo de justificaciones y razones, bajo la que se oculta aquella. Por ejemplo, leo en el libro “Veganismo, de la teoría a la acción” agrias críticas a la organización ecologista Sea Shepherd porque no son antiespecistas y porque sus barcos son veganos “porque somos conservacionistas. Sencillamente no hay suficientes peces en el mar para seguir alimentando la creciente población humana”. Esta línea resume la crítica: “En otras palabras, el grupo evita el consumo de peces porque lo considera pernicioso para los océanos, pero ignora a los peces como individuos”. Resumiendo: lo que hagas me da igual, lo que me interesa son los motivos. El hecho de que se evite el consumo de “individuos peces” no es en sí interesante, sino, parece ser, el motivo por el que se evite. Dicho de otro modo: sólo es válido dejar de comer animales si lo haces por las razones que te voy a decir yo.

Y esto es estúpido. Pero ningún idealista se puede dar cuenta de ello. No es la conciencia la que determina la realidad sino la realidad la que determina la conciencia. Una realidad material de agotamiento de recursos, insuficientes recursos alimenticios para la población humana mientras que se dedican ingentes cantidades al cebo de ganado, contaminación de acuíferos, destrucción de los océanos, podría llevar a muchos a tomar la decisión de no comer más animales, aunque no los considerara sus iguales; y de ahí, quizá, a considerar la existencia individual de cada animal valiosa. Pero no, parece ser que eso no es interesante.

Yo creo que sería más inteligente, en vez de querer imponer tu credo animalista a quien todavía no puede mirar en esa dirección, hacer ver a los ecologistas la inutilidad de todo su movimiento mientras se empeñen en no atender los gravísimos problemas que el consumo de animales provoca en los ecosistemas y especies que supuestamente defienden. Ni el calentamiento global, ni la deforestación a nivel planetario, ni los transgénicos, ni la destrucción de los mares, ni la contaminación de las aguas, etc. pueden ser comprendidos ni combatidos si no se comprende el papel que juega el consumo de animales, y si no se combate. Se debe evitar, también, la salida por la tangente lógica de los ecologistas: se debe hacer notar que proveerse al 100% de alimentos (carne, huevos, leche, verduras, etc.) “ecológicos” es prácticamente imposible, mientras que dejar de comer animales es muy sencillo.

Volviendo a aquel pincheo ecologista, por supuesto se sirvieron pinchos a base de cerdo muerto. Al margen de las consideraciones éticas de cada cual, hacer notar a los consumidores de jamón y lomo adobado que su vicio tiene consecuencias para todos, que todo el mundo paga quiera o no quiera, es necesario. La producción masiva de carne de cerdo a bajo precio no sólo tiene consecuencias en la miserable vida y terrible muerte de millones de cerdos, simples unidades de producción cuya existencia no importa, sino para las personas que viven más o menos cerca de los campos de concentración donde se hacina a los cerdos. El reciente cierre de las plantas de tratamiento de purines de toda España ha puesto en evidencia un hecho: minimizar la contaminación que la producción industrial de cerdos provoca solo era posible vía subvención, que pagamos todos; eliminada la subvención, la sanguinaria industria de la carne de cerdo traslada el problema a toda la sociedad: la única salida a millones de toneladas de mierda y meadas de cerdo es acabar en los acuíferos subterráneos, y de ahí en el grifo de cada casa. El vicio lujoso del jamón, el gesto cotidiano del magro con tomate, el cutre bocata de mortadela acaba en forma de nitratos, bacterias y antibióticos en cada trago de agua que bebemos. Si se obligara a cada consumidor de cerdo muerto a pagar su deuda ecológica se acababa el problema: quien quiera jamón, que beba purines; pero que no nos obligue a los demás a beberlos para seguir manteniendo su vicio.

2 comentarios:

  1. interesante reflexión Sofia, empatizo contigo en la sensación de rechazo al credo antiespecista. Como cualquier otra idea, hay gente que la abraza de un día para otro, llevándola a marchas forzadas hasta sus más extremos postulados, y una vez allí, se sienten con poder para mirar por encima del hombro, y con ansias de profetizar cuestionan el comportamiento de lxs demás por ser "impuro". Esta misma gente se olvida de dónde viene y que antesdeayer estaban haciendo lo mismo que ahora critican. Creo que los cambios de conciencia son un proceso vital, necesitan un tiempo y una autocritica constante, lo que permite vivirlos hacia fuera con humildad. De esta forma, creo, es más natural explicar los porqués de esa conciencia a quienes nos rodean, y más fácil generar una actitud compresiva en vez de rechazo.

    Por lo que explicas del pica-pica está clarísima la incogruencia del acto en sí, dando pinchos de atún para celebrar la protección del lince. No escasean las organizaciones autodenominadas ecologistas que en su quehacer reproducen estructuras y vicios del sistema, que es profundamente antiecologista. El poner pinchos de atún sería un caso, pero más grave en mi parecer son otras formas de funcionar como por ejemplo basar la difusión de algunas de estas organizaciones en esquemas de marketing empresarial, con grandes golpes de efecto, para tener presencia en los medios burgueses, campañas publicitarias en la tele o en la radio, etc.; o funcionar bajo estructuras piramidales, con gente en la calle buscando adeptos cobrando un sueldo de mierda. Creo que la raiz del asunto reside en identificar qué es este sistema capitalista de mercado el causante de la destrucción del medio que nos rodea, desde los linces hasta la capa de ozono, y que sólo combatiendo cada una de las expresiones de este pútrido sistema podremos lograr un mundo en el que el ser humano viva en armonía con la naturaleza. Quiero decir que el ecologismo, para mí, ha de estar radicalmente contra el sistema, de lo contrario, no dejará de ser una etiqueta más. Más allá de si un día me como un pincho de atún, o no, quizás las comunidades que más nos puedan enseñar a vivir en equilibrio con la pacha mama sean consumidoras de carne...y quien soy yo para decirles que se hagan veganxs? incongruencias las tenemos todas, empezando por el que escribe. (bueno esto sería un debate muy largo así que lo dejo ya, enhorabuena por el blog, salud y adelante!)

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    1. Gracias alon por tu comentario. Mola un poquito de feedback!! ;)

      Como cuento, el pincheo "ecologista" era "ecologista" institucional, en absoluto contra el sistema (y por tanto tampoco para mí ecologista de verdad). Lo del atún es sólo una anécdota que me dio qué pensar.

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